top of page
Search

MI ROMANCE Y DESENCANTO CON HOLLYWOOD

jueves 31 de marzo -2022


Me encanta el cine. Voy al cine cuantas veces puedo.

Me gusta el cine viejo y mucho del cine nuevo.

Disfruto mucho de las películas extranjeras. Amo prácticamente todo lo que hicieron directores como Buñuel, Fellini, Truffaut, el Indio Fernández y Godard.

Dos de mis películas favoritas de todos los tiempos son de la argentina María Luisa Bemberg, ´´Camila´´ y ´´De Eso No Se Habla.´´

No me pierdo ningún estreno de Pedro Almodovar.

Hay grandes directores de cine en el mundo entero.

Y pudiera escribir páginas y páginas de actores y actrices del cine extranjero, pero no tengo tiempo y ustedes se aburrirían.

Sí les confieso que muy de niño -no sé si es que era un niño precoz- me enamoré de Brigitte Bardot. Y luego de Sofia Loren. Y Catherine Deneuve.

¡Ay, y de Ingrid Bergman!

Yo me voy a la tumba enamorado de aquellas mujeres que para mi nunca envejecerán ni morirán.

¡Jamás!

Seguirán siendo como eran en el apogeo de su belleza.

Pero aunque adoro el cine extranjero, el cine de que más conozco es el de Hollywood.

Yo le estoy muy agradecido a Hollywood por muchas cosas. Una de ellas es que me enseñó a hablar inglés.

Les cuento. Yo nací en Cuba. Pero tenía un abuelo inglés que, aunque quiso mucho a Cuba, era inglés hasta los huesos, un inglés casi caricaturesco, en cuya casa se servía té a las cinco de la tarde, un ´´high tea´´ en el calor tropical habanero, un inglés que siempre tuvo de mascota un perro bulldog, y se vestía con camisas y corbatas de la Jermyn Street de Londres, un inglés que yo pienso que probablemente se creía que era un clon de Winston Churchill.


La verdad es que yo no me acuerdo mucho de mi abuelo, el ingeniero Andrew Walter Brown, pero me han contado muchas cosas buenas de él, aunque también dicen que era un poco dominante.

O quizás, bastante dominante. Tan así, que -repito, aunque amaba a Cuba- insistía en que sus herederos Brown habláramos inglés.

Por esa razón, a mi me cambiaron de escuela en el segundo grado. Me sacaron de la escuela a la que iba con mis queridos primos ciento por ciento cubanos y me matricularon en una escuela inglesa en La Habana, para que aprendiera inglés.


Y no aprendí una papa de inglés en aquella escuela. Fue uno de los primeros actos de rebeldía en mi vida. Me negué a aprender inglés. Yo extrañaba a mis primos y a mis amiguitos y a los maestros de mi vieja escuela, La Salle. Yo me sentía totalmente cubanito y no entendía porque tenía que aprender un idioma raro. Y no aprendí inglés en Cuba porque no me dio la gana. Mi familia desperdició la matrícula los libros y los uniformes que pagó en los dos años en que estuve en aquella escuela ingles.

Cuando llegué a Miami y me enrolaron en una escuela pública, a los maestros y a mis compañeritos de clase americanos les costaba trabajo entender como un niño rubio/pelirrojo de ojos claros y de apellido Brown no hablaba inglés.

Y hubo un tiempo en que seguí resistiéndome a aprender inglés. Un psicólogo diría que yo era un niño traumatizado. Pero entonces, comencé a hacer amiguitos y amiguitas americanos y, de igual importancia, a ver películas viejas de Hollywood llevadas de la pantalla grande a la pantalla chica.

Los canales de televisión de Miami de aquellos tiempos, que eran solo tres, cada sábado presentaban películas por las mañanas y, si mal no recuerdo, en las tardes. Rápidamente, yo me hice fanático de aquellas películas viejas de Hollywood. Vivía pegado al televisor los sábados.

De niño vi numerosas películas viejas de Edward G Robinson, Bette Davis, Bing Crosby, Jimmy Cagney, Mickey Rooney, Vivien Leigh, Errol Flynn, Clark Gable, Joan Crawford, John Wayne, Katharine Hepburn, Humphrey Bogart, Spencer Tracy y muchas estrellas más de aquel Hollywood que era elegante, señorial, majestuoso.

Me fascinaban también las comedias de Abbott y Costello, Laurel y Hardy, Jerry Lewis y Dean Martin y los cortos de Los Tres Chiflados.

Y aprendí inglés, aunque quizás no con el acento de mi abuelo paterno.


Es más, me enamoré del idioma inglés.

Yo siempre me he enamorado fácilmente. De todo. De las actrices y cantantes. De la música, de la poesía, de los gatos y perros, de la luna, de la vida.

Vivo enamorado de mi país natal, Cuba. Y del país que me adoptó y al que adopté yo, Estados Unidos.

Y me enamoré mucho de Londres y de Inglaterra desde la primera vez que estuve allí y me he vuelto a enamorar cada vez que he regresado. Siempre he pensado cuando he ido a Inglaterra en aquel abuelo que apenas conocí y que quería mucho a Cuba y a los cubanos, pero que nunca abandonó el maravilloso y elegante rito del ´´high tea.´´

Hablando de enamoramientos, les revelo que uno de mis ´´crushes´´ infantiles fue Lauren Bacall. Y tuve la oportunidad de decírselo.

Les cuento rapidito. Era una bella tarde de otoño. Yo tenía 18 años. Estaba con mi novia Eileen en la Quinta Avenida de Nueva York, del otro lado de la vía del Hotel Plaza. De pronto Eileen me dijo ´´¡Mira allí, en la entrada del Plaza, allí está Lauren Bacall!´´

Y efectivamente, era Lauren Bacall, conversando con dos personas. No era ya la espectacular joven de la película Key Largo que me había flechado hacía años. Pero seguía siendo bella. Yo di un salto y me lance a correr por el medio de una Quinta Avenida llena de tráfico. Dejé boquiabierta a Eileen. Los conductores en aquella atestada avenida me gritaron insultos, obscenidades, maldiciones,, sonaron el claxon de sus vehículos y me levantaron los dedos medios de sus manos, pero milagrosamente ninguno me atropelló.


Llegué jadeando a la puerta del Plaza. Lauren Bacall se montaba en la parte trasera de una limosina. Le grité delirantemente en inglés, ´´¡Lauren, te he amado toda mi vida!´´ Ella aparentemente estaba acostumbrada a que le gritaran locuras sus admiradores, porque con perfecta calma me miró y sonrió y con esa voz suya tan sensual y profunda me dijo ´´Bueno, es que obviamente tu vida no ha sido muy larga aún. Pero, gracias, amor. Me haz hecho el día.´´ Y con la misma, acabó de entrar a la limosina y el portero del Hotel Plaza cerró la puerta del vehículo.

Yo casi me desmayo. Luego, por supuesto, le tuve que mentir a Eileen, que había quedado del otro lado de la Quinta Avenida. Le dije a Eileen que simplemente le había comentado a Lauren Bacall que me había encantado su actuación en la película ´´The Big Sleep,´´ algo que de por si también era mentira. Mi película favorita de Lauren Bacall es Key Largo.


Yo en aquellos tiempos a veces me sentía forzado a decir pequeñas mentiras como esa. Luego se las confesaba al cura irlandés de mi iglesia, el padre Kinsella, que siempre me decía que tratara de evitarlas, aunque también reconocía que era peligroso desatar el celo de las muchachas irlandesas. Eileen era de County Cork en la Isla Esmeralda. Algún día cuento de ella. Vivimos en tiempo real una historia de Hollywood. Como si hubiéramos sido Humphrey Bogart y Lauren Bacall. Just like Bogie and Bacall.

Hay una canción de los años ochenta que se llama Key Largo cuya letra dice ´´Lo teníamos todo, igualmente que Bogie y Bacall. Como estrellas en nuestra propia película. Navegando hacia Key Largo.´´ Cada vez que escucho esa vieja canción de Bertie Higgins, vuela mi imaginación, vivo de nuevo unos tiempos muy felices.

Ay, Hollywood. Tienes magia. Me enseñaste lo que no quise aprender en aquella escuela inglesa en La Habana. Y te agradezco eso y tantas otras cosas, Hollywood. Pero te tengo que decir algo. Desde hace tiempo, me decepcionas.


Sigues produciendo mucho arte de calidad, Hollywood. Pero también a veces caes en lo chabacano, en la vulgaridad, la violencia innecesaria, la politiquería barata y hasta en la inmoralidad.

Hubo un tiempo en que te amaba totalmente, Hollywood. Hoy día, lo que siento por ti es una mezcla de amor y rechazo. Ojala no fuera así.

***


Nota: Esta es la primera entrega de una serie. Si les gustó este escrito, este blog, se les agradecería que corran la voz, que lo compartan.


Abajo lo pueden compartir.



257 views

Recent Posts

See All
bottom of page